La poesía en manos de un poeta, se convierte, en cierto modo, como con otras actividades, en un oficio. Aunque es el oficio, menos oficio de todos. Es el oficio de vivir y saber dejar sobre la mesa, voces-alimento para almas con hambre. Un artesano de palabras y sonido, y sobre todo de atmósferas, no solamente sensacionales, mas o menos sugestivas, sino de mensajes con contenido sustancial. Ella, es de las pocas y escogidas actividades dónde, además de oficio, se precisa de un estado de conciencia elevado.. Primero existe el estado, más tarde habrá el ejercicio y experiencia con los materiales y por fin, el oficio. Combinado, desembocará en la fluidez y el discurrir de la visión inmediata.
El oficio aporta la lengua, la estética, la forma. Si el oficio ahoga los otros compañeros de viaje, el poeta, deja de serlo en su plenitud. La energía especial del poeta dará vigor, entusiasmo y energía nerviosa al poema. Revestida de energía-poética, la forma vibrará como lo hace un instrumento musical, con armonía. Sin esta energía, la forma queda fría, mental y vacía. Un hoyo sin emociones que hagan nido y prolongación la vida. Un instrumento que carece de lo esencial, la presencia activa del músico interprete. Una realidad sin artificios, desvestida, desnudada de ruidos, revestida de una claridad que lo hace todo delicadamente especial. El poeta, el iniciado, es capaz de ver y descubrir esta realidad que parece que esta enamorada de “otra” realidad. Vivencias de frontera. No me estoy refiriendo en fronteras entre naciones. Son fronteras entre estados. Estados de conciencia.